Logicómicas

1) El narcisismo es el máximo común divisor de los nacionalistas; el mínimo común múltiplo es la estupidez.

2) ‘Ejeyué asher ejeyé’ fue la fórmula hebrea que propuso Dios a sus amanuenses para que hablen de Él. “Fui soy seré el que fui soy seré”, dijo satisfecho, empleando la letra ‘vav’ que hace simultáneos todos los tiempos verbales. A los judíos de alma cartesiana esto les pareció el final de un brillante razonamiento metafísico; a los de índole existencialista, una premisa que describe nuestra subjetiva condición humana. Mi viejo geriatra, con un chispazo de orgullo, solía decir que por eso mismo los no nacidos y los muertos también están hechos a Su imagen y semejanza; mi hijo, en cambio, enamorado de las matemáticas, afirmó que aquella expresión disfrazaba una simple tautología. Acaso el geriatra pensaba menos en Dios que en sí mismo, y acaso mi hijo se refería tanto a Dios como al geriatra. Pero si Heráclito, Aadi Shankará, Bruno o Spinoza estuvieron en lo cierto, todo esto da igual.

3) En álgebra definimos a la identidad como una igualdad que se verifica siempre, cualquiera que sea el valor de sus variables. Quizá por eso, aunque de muy lejos, nos parece que la gente fanática tiene algún síndrome de identidad algebraica. Ella defiende que su identidad proviene de una clase de atributos especiales, de un conjunto de rasgos inconfundibles, valiosos, originales, y de la conciencia de una verdad que la diferencia de los demás individuos. Mientras que en el álgebra la simplicidad suele ser la meta, en esa gente lo es la simpleza; el punto de partida de aquella es la curiosidad y el interés por algo ajeno a sí misma, y en esta es la más necia rusticidad. Resulta interesante pensar que en ambos casos las creencias nacen de un manojo de reglas platónicas, y que respecto de la identidad el algebra estimula la creatividad, y la gente fanática, una sigilosa  proclividad a la cosificación y la necrofilia.

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