Debajo de un cocotero

Razonando de manera similar a Rumí, Wittgenstein, al final del acápite 109 de sus Investigaciones filosóficas, parece creer que la filosofía no es otra cosa que una batalla de nuestro lenguaje contra las hechicerías de la inteligencia —al menos, esta fue mi interpretación de su “Die Philosophie ist ein Kampf gegen die Verhexung unseres Verstandes durch die Mittel unserer Sprache”—. Para salir de dudas, consulté la edición Suhrkamp Verlag del 2010 y, poco después, hablé con un buen amigo austriaco sobre el sentido de la afirmación. Lo que saqué en claro es que, según el caso, la sentencia de Wittgenstein puede ser interpretada de tres maneras: o el lenguaje es un compuesto de procesos que nos auxilia para descifrar la realidad; o es un compuesto de procesos que nos engaña haciendo que la realidad se acomode a nuestros deseos; o, por último, ambas cosas a la vez. Parecería que Wittgenstein quiso hacer eco de la advertencia del Tao Te King, previniéndonos contra el apego incondicional a los formalismos técnicos de la lógica. También, que quisiera promover la poesía, casi en afinidad con Heidegger, ya que esta suele llevar la contraria a las reglas de la sensatez y nos entrega al embrujo del lenguaje para que se haga cargo de los argumentos (es decir, “verba tene, res sequenter). Aunque, desde luego, en ambos casos es factible que haya anhelo de verdad. Como fuera, De rerum natura, el Tao Te King, el Masnavi-ye Manavi, o luego HamletAsí habló Zaratustra o Poemas humanos bien podrían considerarse, a la vez, ensayos filológicos, juegos teatrales de convenciones lingüísticas y ejercicios hambrientos de saber.

En fin. También el lenguaje proviene y existe debido a los antojos de nuestra naturaleza, y vive en el sentido en que viven otras manifestaciones naturales de este planeta. Así pues, cualquier lenguaje humano forma parte innata de la realidad que nos concierne y, por tanto, teniendo o no pretensiones de verdad, su práctica entraña un discernimiento que la filosofía, la ciencia y la literatura siempre intentarán descubrir. Tal vez por eso, y quizá pensando en sí mismo, William Faulkner escribió misteriosamente en The Town: “…poets are almost always wrong about the facts. That’s because they are not really interested in facts: only in truth”.

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