
A child of five would understand this. Send someone to fetch a child of five! (Groucho Marx)
El filósofo español Julián Marías decía que, teniendo en cuenta la peculiaridad del habla alemana de Heidegger, nunca lo había entendido en español, mientras el filósofo alemán Walter Kaufmann decía que, teniendo en cuenta la peculiaridad del habla alemana de Heidegger, nunca lo había entendido en alemán. En cualquier caso, parece difícil entender la obra de Heidegger en cualquier idioma. Quizá uno de los motivos, el más notorio, es que el pensamiento de Heidegger gira alrededor del problema del ‘Ser’ sin que nadie sepa exactamente si esta palabra tiene alguna correspondencia con la realidad según los alcances de la ciencia, o solo adquiere sentido en los vastos dominios de la retórica y la literatura fantástica.
Cual fuera el caso, lo cierto es que Heidegger utiliza la palabra ‘Ser’ como una premisa mayor, como un hecho indiscutible, como un artículo de fe; la convierte en pivote de sus razonamientos y construye proposiciones que se deducen a partir de aquel fantasma. Postula que el Ser origina la existencia humana a un tiempo que la justifica. Revalúa un sustantivo neutro para el Ser del humano, dasein (da: ‘allí’, ‘en ese lugar’; sein: ‘ser’, ‘estar’), y de este ámbito verbal desaloja o arrincona problemas como la culpabilidad, la angustia, la esperanza, la inconsciencia o la muerte. Esto puede sugerir que Heidegger ha sido fascinado por los conceptos de Ser y de Esencia tal como aparecen en los libros vii y viii de la Metafísica de Aristóteles (pues los utiliza de manera similar) y con ellos hace gimnasia literaria, sin considerar la posibilidad de estar manejando conceptos muy subjetivos, socialmente muy limitados, vacíos de significado transcultural o incluso del todo irreales —una contingencia que, por cierto, había sido ya discutida anteriormente por Platón en el Sofista).
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Se dirá que para que algo tenga significado no es necesario que tenga existencia real. Estoy de acuerdo. Ya Meinong planteó el problema de la montaña de oro, que tiene significado en la medida que tiene significantes con significado literario (por ejemplo, si se trata de una figura literaria como la alegoría, o de otra como la catacresis, etcétera). De ello derivó Bertrand Russell su teoría de los tipos lógicos y los niveles de verdad según la categoría de los enunciados. Así, la frase ‘existe una montaña de oro’ es importante en un conjunto se significación que incluya, por ejemplo, a la literatura fantástica, pero no en otro conjunto que maneje proposiciones analíticas dentro de un marco de relaciones empíricas. En este sentido, las afirmaciones de Heidegger solo se enraizan en la metafísica.
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“Pleno de méritos, pero es poéticamente / como el hombre habita sobre esta tierra”. Estos son los versos desde los cuales Heidegger despliega su ontología —todo un “hechizo retórico”, según George Steiner—. Así, Hölderlin es el pretexto, el lenguaje humano es el contexto y Heidegger escribe el texto que nos interpreta. De ese modo, la tensión dramática que tanto le gustaba está bien servida. La coherencia que unifica el manojo de sus silogismos existe únicamente si razonamos dentro de los parámetros que ha fijado su dialecto; por consiguiente, los silogismos se alzan autorreferenciales y se extraen tanto de las etimologías como de la tradición metafísica griega. Al respecto, quizá basten dos ejemplos del razonamiento de Heidegger para probarlo; uno es en relación con la palabra ‘habitar’, y el otro con la palabra ‘poesía’.
En el primer caso, Heidegger recuerda que en el antiguo inglés y en el alto alemán la palabra building (una construcción, un edificio, un inmueble; una sólida y permanente estructura que cobija, que provee protección contra los riesgos de la naturaleza, que en ocasiones encierra) proviene del vocablo buan: “permanecer en un lugar”, “habitar”. Por otro lado, subraya el hecho de que bauen, buan, bhu, beo originan la palabra bin en sus versiones germánicas ich bin, “yo soy”, du bist, “tú eres”, y la forma imperativa bis, “es”. Luego se hace esta pregunta: ¿qué quiere decir ich bin?, y la respuesta la extrae de la primitiva palabra bauen, que engendra bin. “Ich bin, du bist mean”, nos dice Heidegger; esto es: yo resido, yo vivo en, yo moro; tú resides, tú vives en, tú moras. En consecuencia, la clave para entender lo que el hombre es nos la dispensaría el término buan que corresponde a vivienda, morada. Y esto es claro para Heidegger porque tiene en mente que la voz inglesa dwell proviene del antiguo vocablo sajón wuon, emparentado con el gótico wunianque se equipara con bauen. Lo que significaría que en dwell estarían implicadas las nociones tanto de permanencia como de libertad, puesto que wunian se traduce como estar en paz, traer paz, quedarse en paz. Y la palabra alemana para ‘paz’, friede, tiene la misma raíz que free: “libre”. Por lo tanto, la interpretación heideggeriana revelaría que somos verdaderamente libres en nuestra morada o habitáculo, ya que el habitar es la esencial manera de ser de los humanos sobre la tierra.
En el segundo caso, procedente del anterior, Heidegger se enfrenta al prejuicio de la inutilidad fáctica de la poesía. Ya Platón había aconsejado la expulsión de los poetas de una república ideal, en tanto no aportaban nada provechoso a su polis y, para colmo de males, desviaban a las personas de la verdad —de las esencias—. Siglos después, Oscar Wilde reivindicaría esa condición políticamente inepta y la alzaría como un estandarte. Más romántico aún, Heidegger buscará en las etimologías griegas la justificación trascendental de los poetas y la poesía. De este modo rastrea el vocablo griego que cree originario, poiesis, y se percata de que no significa inercia o inutilidad: por el contrario, indica un hacer, una acción humana. Entonces, entusiasmado, deduce que si la condición fundamental del poeta es el hacer, y si el humano adquiere las cualidades de su Ser gracias al habitar, y si para habitar se necesita un espacio físico antropológicamente construido (unbuilding, que implica un trabajoso hacer), nada más claro que el modelo esencial del Ser libre, humano, por las relaciones expuestas arriba, es el hacedor por excelencia: el poeta. Por lo tanto, quod erat demonstrandum, Hölderlin estaba en lo cierto.
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Todo esto sugiere que, para Heidegger, la justificación ontológica, la razón primordial del Ser, nos la concede el lenguaje, pues se trata de la causa y el efecto del dasein. “El Ser se revela en el lenguaje”, escribió muchas veces (Lacan lo leyó bien), y de tal axioma colige que en el maremágnum del lenguaje se ocultan las revelaciones sagradas, las hierofanías; que gracias al lenguaje tenemos la potestad de sentir la existencia de la divinidad; que gracias al lenguaje nuestra consciencia y nuestras relaciones pueden ser profundas y no superficiales. Más aún: mediante el lenguaje podemos reconocer que tenemos una esencia humana, y por tal motivo lo que nos dice el lenguaje resulta válido para una sola persona y para todas. Así, el lenguaje se unge como un absoluto del cual podemos derivar el fundamento de nuestra existencia.
Como fuera, hoy me parece que esta apetencia de un absoluto quizá haya sido la causa motriz, disimulada y neurálgica, de los razonamientos Heidegger. Elegir al lenguaje como la narrativa ontológica por excelencia es una opción lícita, por supuesto, pero asimismo resulta arbitraria. En rigor, de la misma forma podríamos inferir la significación de los humanos partiendo del análisis de una fruta, de la cojera de Quevedo o de la lluvia, siempre y cuando respetemos las leyes de nuestra gramática y sus derivaciones semiológicas.
Acaso una manera abusiva de entender a Heidegger sea reduciendo su filosofía a un triste hecho: no le gustaba el mundo tal y como lo veía, sin dioses, sin belleza romántica, sin heroísmo clásico, mayormente agitado por un conjunto de técnicas vertiginosas y por la usura. Como Macbeth, bien pudo haber exclamado con desesperación que la realidad era “a tale told by an idiot, full of sound and fury, signifying nothing”, y como todos quiso obligarla a tener sentido. Acaso jamás se dio cuenta de que el mundo que echaba de menos pudo no existir jamás, excepto en los libros.