Teoría y práctica musical en San Diego

Essex piano.

Hoy, después de cuarenta y tres años, empujado por la sensación de ser un animal intruso en un territorio hostil, volví a refugiarme en el piano para tocarlo no a dos manos, sino con pezuñas de camélido. Irónicamente, a pesar de mis esfuerzos, las notas suenan bien, acaso porque se trata de un Essex de 220 kilogramos que me lleva a donde quiera. Con todo, las pezuñas no ayudan, qué va. Hoy intenté los delicados primeros cuatro compases del Nocturno #20 en Do menor de Chopin, cuyas indicaciones son de piano a pianísimo, y conseguí moverme de malo a malísimo en plan Sí mayor. Fue entonces que mi hijo de diez años, Joaquín, salió de su cuarto y me pidió que no tocara tan fuerte el chachachá porque con la bulla no conseguía leer su Astérix. Lo dijo con todo el cariño del mundo, además: Daddy, please…, haciéndome sentir menos camélido y más burro que de costumbre. Por eso ahora, ahora mismo, me estoy obligando a encontrar mi vieja armónica, ponerme luego un abrigo, salir del departamento y acodarme cerca del tiradero de basura para soplar algún blues casero a los mapaches.

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